Ante una jornada frenética de futbol y una carrera de
Fórmula 1 con sorpresa incluida en Montmeló, el baloncesto ha perdido la
batalla mediática para atraer la atención del público con su Final Four. Quizás
una de las causas en España ha sido la eliminación del Barcelona en las
semifinales, aunque gran parte de culpa la tiene el poco nivel atacante
exhibido en todos los partidos.
Acostumbrados a grandes puntuaciones en la NBA (con ocho
minutos más por partido), las competiciones europeas de básquet están perdiendo
lo que con mucho esfuerzo consiguieron la última década: un espacio propio. El
baloncesto cobra fuerza año tras año, allí donde habitualmente se ha visto relegada
a un segundo lugar. El problema es que la competición americana es la que gana
adeptos, y no la europea. Esto se debe, principalmente, al estilo diferente de
ambas competiciones. La NBA premia el ataque, y en Europa se premia la táctica,
argumento que los puristas del baloncesto europeo han defendido a capa y espada
los últimos años, cuando el debate se ha generalizado. La cuestión es que la
diferenciación en las normas conduce a un estilo y a otro hacia caminos
distintos. La NBA crece pero la Euroliga y las ligas nacionales se estancan.
La solución es tan sencilla cómo cambiar algunas normas: alejar
el triple, permitir los pasos de salida, o aumentar el tiempo de juego. Algunos
ya se han llevado a cabo pero sin la repercusión necesaria. Es difícil cambiar
la mentalidad de unos aficionados que llevan muchos años acostumbrados a las
mismas reglas. Sin embargo, existe un cambio que dinamitaría el baloncesto
europeo: la Liga Europea. Una competición con los mejores, como en la NBA, pero
con ascensos y descensos que saldrían de los play-off de las ligas nacionales.
Con esto se conseguiría el cambio sin demasiadas
dificultades. Es cierto que se debería re planificar los ingresos de los
equipos para intentar evitar la desaparición de las ligas nacionales. Pero igual
que en la NBA hay una repartición económica justa entre los equipos, la nueva
competición, que ganaría muchos adeptos, podría repartir proporcionalmente sus
beneficios entre los equipos de la gran liga y los de las ligas nacionales. La
propuesta es difícil, sin duda, pero con una buena planificación seria posible
y se revitalizaría un gran deporte que en Europa pierde fuelle.
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